Emilio Martínez; creador de universos
En el pueblo del que se ha dicho que yo vengo: (aunque en realidad yo soy nacido en la Ciudad de México pero mi familia es de ahí) Salvatierra Guanajuato, en México; se han dado algunos buenos genios del arte y algunos de ellos son mis amigos, tengo el honor, pero hay uno en particular que merece mi atención en esta ocasión: el Arquitecto Emilio Martínez Cervantes. No fuimos exactamente compañeros de juegos infantiles ni de correrías juveniles aunque sí somos de la misma generación y culturalmente nos gusta casi lo mismo. Emilio siempre ha sido creativo y ha vivido sus momentos tal y como se vive la vida, sin ocuparse de tonterías. Para ilustrarlo de alguna manera, podría asegurar que, es tan inteligente y avanzado, que el primer fan neto de Pink Floyd en México, o al menos en Salvatierra, fue Emilio.
Por supuesto yo puedo decir muchos elogios hacia un amigo pero creo que en este caso Emilio merece la mención. Como muchos de ustedes saben, aparte de músico de Rock soy ilustrador y por consecuencia también soy admirador de artistas hábiles con sus pinceles. Como saben también, yo nunca he tenido filtros y, aunque pueda equivocarme, siempre traigo en el bolsillo las bases y argumentos para hablar sobre algún tema. Emilio me concede demasiadas razones para mencionarlo, por su talento y por su capacidad poco común de poder ver más allá de un lienzo en blanco. Digamos que Emilio posee la capacidad de escuchar a las pinturas que piden ser creadas.
Hablando claro, yo no soy crítico de arte ni mucho menos pero sí conozco el arte aunque pocas veces me da por opinar sobre el tema. Sin embargo soy muy apasionado cuando algo me llama la atención y suelo crear mis preferencias como las Guitarras Fender, la cultura eslava (Rusia y Ucrania, no me molesten con ideas políticas, por favor), el Rock Progresivo y el Hard Rock, la floricultura, el origami, las artes marciales japonesas y las películas de culto y arte, entre otras cosas. Pocas veces, confieso, suelo elogiar a los propios, la familia y amigos que vi crecer con sus talentos de los cuales soy testigo.
Por lo regular somos entes que solemos menoscabar a los que nos rodean. Somos capaces de ponerle un altar a Jimi Hendrix y menospreciar al amigo que también toca la guitarra o bien, pretender que Claude Monet y Rembrandt son pintores que jamás podrán ser siquiera igualados, mucho menos aquel amigo que vimos cómo dibujaba obras de arte en sus cuadernos escolares. Así somos como sociedad y eso está mal. Por tal razón me decidí en hablar de mi amigo Emilio, exitoso arquitecto, empresario y por supuesto genial pintor. Aclarado el punto de que yo no soy un crítico experto pero sí un sibarita del arte.
Una frase que encajaría perfectamente como parte de su idiosincrasia sería: La Arquitectura es para vivir y la pintura para sentir... con ningún minuto perdido para debatir con mentes mediocres. Justamente es parte de lo que hace especial a alguien como Emilio, que no le gusta desperdiciar algo tan valioso como es el tiempo. Arquitecto por oficio, pintor por obsesión, Emilio solo convive con almas que no confunden lo caro con lo valioso, ni lo popular con lo genuino. Aquí no hay lugar para complacer encargos de hazme algo bonito… Emilio pinta porque así le da la gana bajo la idea de hacer algo verdadero.
Para Emilio Martínez el arte no es decoración, el arte es la expresión del espíritu, salvaje y suave al mismo tiempo, viviendo en el artista. De acuerdo a mí, el arte es un acto de brutal honestidad y sublime declaración de amor a la vida. Bajo esa idea, creo que Emilio Martínez Cervantes construye espacios y pinta lienzos para quienes entienden que la belleza no es contenido para Instagram, sino una inevitable manera de vivir al mismo tiempo que se sueña. Su obra —libre de clichés, popurrís decorativos o concesiones al mal gusto— es un refugio para quienes buscan profundidad en la línea, alma en el color y coherencia en el espacio. ¡Ah caray!, me salió bien inspirado eso, ¡pero es verdad!.
La buena arquitectura educa; la mala, destruye. Eso es algo que nuestro amigo Emilio podría pensar de su profesión, o al menos a mí me da esa impresión, y paralelamente podemos agregar que Emilio pinta como si sus cuadros los vieran solo quienes saben mirar -frase que por cierto aparece en su website oficial-. Digamos que Emilio no pinta para quien pregunta cuánto cuesta, Emilio pinta para hacer reflexionar a todos por qué sus pinturas existen. Emilio no pide permiso para crear universos, como bien dice mi colega y amada amiga Clarisse Hommz -guitarrista profesional-: Woody (así llama ella a Emilio) hace que tú pidas permiso de manera inconsciente para ser digno de apreciar su arte. Así de bueno es Emilio Martínez Cervantes, alguien que destaca por su honestidad espiritual y artística en un mundo donde todo se vende, en donde sus pinturas son aptas solo para quienes reconocen que el espacio y el arte son preguntas, no respuestas prefabricadas.
Hay artistas que decoran galerías de esnobistas, y luego está Emilio Martínez Cervantes: el pintor que, con sus cuadros, derriba muros —los físicos y los mentales—. Conocí su trabajo hace muchos años, y desde entonces no puedo ver una fachada lisa o un lienzo vacío sin preguntarme: ¿Qué haría Emilio aquí? ¿Cómo rompería las reglas sin decirlo?. No es Emilio el tipo de artistas que se apegue a las modas, Emilio es alguien que crea cultos espontáneos, sin etiquetas y sin cadenas, que es la mejor parte de lo que él hace, después de su talento, claro. Sus pinturas no son simplemente cosas bonitas, son espejos. Si solo ves colores y formas, no tienes idea de lo que es arte pero si en cambio reconoces la ironía en ese trazo aparentemente caótico, o la geometría oculta en ese rostro difuminado, felicidades: sí sabes de arte.
Él es el tipo de genios que no desplazan lo establecido, y esto tanto en pintura como en arquitectura, ya que él logra reinventar el concepto de lo que ya existe y, a su vez, abre nuevas puertas y caminos, mejorando la apuesta. Emilio puede describir la alegría de un simple símbolo técnico que describa una época, él es capaz de retratar y describir el sangrado del alma y convertirlo en un canto visual. Vamos, por demás está decir que Emilio parece haber nacido para justificar la existencia de los pinceles. Y después de tantas flores creo que un día Emilio me va a exigir las macetas para ponerlas. Pero hablando con toda honestidad, me nace opinar sobre él porque es algo que ya tenía tiempo de querer hacer, reseñar su trabajo. Emilio no es un artista para todos (y él lo celebra), pero si alguna vez has mirado un cuadro abstracto y has sentido que te devolvía la mirada, o has entrado en su espacio y notado que respiraba, entonces su obra espera que la visites. Y si no… bueno, para los idiotas siempre queda la decoración con plátanos pegados con cinta.
Si alguna vez, amables lectores, han entrado en una de esas casas de diseño que
parecen sacadas de un catálogo de muebles para psicópatas (todo blanco, nada cómodo, y sin alma), entenderán por qué el trabajo de Emilio Martínez Cervantes es un soplo de aire fresco. Él construye mundos que se viven pintando cuadros que se sienten… aunque no siempre se entiendan -y él está perfectamente cómodo con eso-. Sus pinturas podrían no combinar con tu sofá. Si buscas un cuadro que haga juego con las cortinas, mejor ve a una tienda de decoración de interiores. Sus obras son para quienes prefieren que el arte les haga preguntas incómodas o los proyecte al cosmos en vez de servir de fondo para selfies. Sus cuadros no se integran al decorado, sus cuadros dominan el ambiente mismo
parecen sacadas de un catálogo de muebles para psicópatas (todo blanco, nada cómodo, y sin alma), entenderán por qué el trabajo de Emilio Martínez Cervantes es un soplo de aire fresco. Él construye mundos que se viven pintando cuadros que se sienten… aunque no siempre se entiendan -y él está perfectamente cómodo con eso-. Sus pinturas podrían no combinar con tu sofá. Si buscas un cuadro que haga juego con las cortinas, mejor ve a una tienda de decoración de interiores. Sus obras son para quienes prefieren que el arte les haga preguntas incómodas o los proyecte al cosmos en vez de servir de fondo para selfies. Sus cuadros no se integran al decorado, sus cuadros dominan el ambiente mismo
Un cierto día, mi adorable colega Irina Briseño (que es fan de los cuadros de Emilio) dijo que el Arquitecto Martínez -a quien llama Emilito- es tan crudo, honesto y directo que si alguien le pidiera un cuadro muy alegre, con la obvia intención de darse el lujo de decorar su oficina o el cuarto de los libros, Emilio le entregaría un lienzo totalmente en negro con un punto amarillo en la esquina titulado: La Felicidad en Tiempos de Instagram. Tal chiste me hizo reír a carcajadas por horas pero hay algo de cierto en ello, el arte de Emilio, al alimón con su personalidad misma, no es algo que te entrega respuestas fáciles, su talento es un reto emocional que te invita a viajar en la magia a bordo de un globo aerostático creado de realidad sin mentiras.
Por su parte, la adorable y bella violinista Daniela Noriega, quien es amiga de ambos, opina que las pinturas de Emilio pueden ser caras -que las hay- pero a mucha gente le ahorrarían una fortuna en terapias. Dice en tanto Doña Jazmín, madre de Irina, que Emilio hace reflexionar en el hecho de que sus pinturas te enfrentan a la realidad porque él no hace pinturas sustentables, Emilio hace pinturas que valen la pena y, más allá, Luisa Itzel Galindo -hermosa veterinaria- dice que una frase muy lógica que Emilio podría decir sería: Si tu apreciación del arte cabe en un filtro de Tik-Tok, tenemos un problema.
Sin embargo, y un poco para justificar que este artículo no lo escribo por lambiscón, es cierto que existe una anécdota muy divertida que él y yo no hemos conversado directamente pero sí la mencionó a las chicas señaladas arriba (Irina, Daniela, Clarisse e Itzel) y que me hicieron carcajear cuando me preguntaron. Un encabezado adecuado para esta anécdota sería: Emilio Martínez Cervantes; El arquitecto que pinta como un anarquista, pero responde emails como diplomático.
Emilio es el único tipo que puede mandarte al demonio con una sonrisa educada. Cuando después de años de distanciamiento (él en Houston, y yo en la Ciudad de México) me agregó en Facebook, yo —siempre fiel a mi papel de agitador profesional— le solté un Pero soy Tonatiuh, ¿no hay problema?, por si a Emilio le preocupaba que su reputación de arquitecto serio se manchara por asociación. Su respuesta fue una risa y un inaudible ¡No seas mamón! que solo los viejos amigos pueden perdonar. Sinceramente yo no me enteré de su reacción hasta mucho después en voz de mis adoradas Aldeanas, citadas arriba, y yo me partía de la risa. Ciertamente mi intención era de prudencia pero la de él fue de madurez. No obstante, es algo que pasó a la posteridad y en casa a veces se menciona con humor lacónico que ha comenzado a trascender en el linaje de los Hendricks. Así es Emilio Martínez Cervantes.
Mientras yo, Tonatiuh, me ganaba mi reputación de rojillo de la guitarra en
nuestra ciudad de origen, Emilio prefería una rebelión más silenciosa: manchar lienzos con colores que los bienpensantes considerarían demasiado intensos y diseñar edificios que, literalmente, reinician el disco duro del entorno. Emilio es la prueba de que se puede ser un revolucionario en modo sigiloso. Mientras yo me ganaba las miradas de reproche por tocar Smoke on the Water en la plaza, él se ganaba premios de arquitectura y luego se reía en privado de la reacción de los aspiracionistas. Hoy, después de años y un pero soy Tonatiuh de por medio, sigo siendo el amigo que lo saca de quicio y él sigue siendo el único que entiende que, en el fondo, los dos jugamos al mismo juego: romper las reglas, cada quien a su manera. Frank Sinatra nos invitaría una copa a ambos por la misma razón.
nuestra ciudad de origen, Emilio prefería una rebelión más silenciosa: manchar lienzos con colores que los bienpensantes considerarían demasiado intensos y diseñar edificios que, literalmente, reinician el disco duro del entorno. Emilio es la prueba de que se puede ser un revolucionario en modo sigiloso. Mientras yo me ganaba las miradas de reproche por tocar Smoke on the Water en la plaza, él se ganaba premios de arquitectura y luego se reía en privado de la reacción de los aspiracionistas. Hoy, después de años y un pero soy Tonatiuh de por medio, sigo siendo el amigo que lo saca de quicio y él sigue siendo el único que entiende que, en el fondo, los dos jugamos al mismo juego: romper las reglas, cada quien a su manera. Frank Sinatra nos invitaría una copa a ambos por la misma razón.
La obra de Emilio es un grito de libertad sin filtro, él sabe jugar con las reglas para luego torcerlas. Es como si Emilio hubiera descifrado el código del universo y lo interpretara en sus lienzos.
De los dos hijos más creativos y más inconformes de Salvatierra, él es el que dibuja las líneas y yo el que les da sonido con mi guitarra. Sea entonces que, mi sombrero se agita en honor de alguien a quien respeto mucho y de quien merece la pena mirar sus pinturas.
Es cuanto
Messy Blues
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